miércoles

MELGAREVO Y LOS PERIODISTAS

El General Melgarevo era un hombre de un coraje extraordinario. ¡No tenía miedo ni siquiera de los periodistas! Lo demostró una noche en el Palacio Descolonial.
Normalmente no hablaba con los periodistas, solamente les otorgaba el privilegio de escucharlo. Llamaba Melgarevo a conferencia y ya sabían todos que no hacía falta ni pensar en las preguntas. Hablaba Melgarevo y listo, a escribir la noticia y todas las dudas a llenar el tintero. Los periodistas no existían para Melgarevo, salvo que fueran extranjeros y eso. Una vez dejó al periodista Jorge Ramos en medio de la entrevista porque sintió que le hacía una pregunta ofensiva. Otra vez acusó a Patricia Janiot de servir al Imperio por no escucharlo y chanceó con ella llamándola “señora con comportamiento de señorita”… ¡Mucho macho Melgarevo!
En esta ocasión el General daba una conferencia y lo rodeaban decenas de cámaras de televisión, micrófonos y grabadoras, situadas a la riesgosa distancia de cinco metros. El lugar estaba, además, lleno de los aduladores que aplaudían todas las ocurrencias de Melgarevo y que reían a carcajadas sus bromas bruscas e inesperadas.
El General vestía como siempre, con su sencillo saco neomilitar de tres mil dólares, diseño exclusivo, y las zapatillas deportivas que llevaban todavía las húmedas huellas del partido de fulbito contra los guardaespaldas, que esa tarde perdieron 7 a 2. ¡Qué golazos los de Melgarevo! El peinado era el de siempre… ya los peluqueros se habían rendido.
Estaba en esas el General cuando recordó la denuncia del día en La Prensa. Lo habían acusado nada menos que de negociar un contrabando millonario en el que su ministro Juan Camión estaba involucrado hasta lo más profundo de su celular. Melgarevo estaba furibundo. “¡Dónde está el periodista de La Prensa!” –bramó-, “si no viene es porque es culpable” –sentenció. Buscó el papelito que tenía en el bolsillo y leyó en voz alta el nombre del periodista… “Venga… venga… no tenga miedo!” –le dijo, mientras dos guardaespaldas, el arquero y un defensa, sostenían al periodista de los codos y le mostraban gentilmente el camino hacia la fama. Los de siempre aplaudían a rabiar y comentaban el coraje del Presidente.
Melgarevo lo puso a su lado y lo acusó de mentiroso, de frente y sin reparos. “Dicen que he negociado” –le dijo- “pero aquí tengo las cartas… y le voy a mostrar, porque todo tiene que ser con documentos, con pruebas”. Y se puso a rebuscar los papeles que tenía en el podio mientras el periodista soportaba el reproche de quinientas miradas. Hasta que Melgarevo encontró las cartas y trató de leerlas, empezando varias veces porque no encontraba el sonido de la hache.
“Aquí está” –dijo al fin, y todo el auditorio suspiró de alivio, especialmente el embajador cubano que sentía que su programa de alfabetización naufragaba en esa espera.
La carta era una prueba de que La Prensa mentía y de que Melgarevo nunca jamás había negociado nada con los contrabandistas. La carta era nada menos que del jefe de los contrabandistas.
Decía más o menos así (eludo el tedio de reproducir la lectura que hizo Su Excelencia):
“Distinguido Señor Presidente del Estado Multiuso, gran compañero y querido amigo, General Melgarevo:
Tal como acordamos en nuestra última conversación, durante su visita a nuestra población, nos hemos reunido con el Ministro Juan Camión para hablar del progreso de nuestra actividad…”
Y así seguía, pero el General interrumpió su lectura.
“El Presidente visita todas las poblaciones… aquí y allá, el General Melgarevo tiene que estar por todas partes… qué de malo hay pues en eso!”
Todos aplaudieron.
“Y dónde está que dice negociación, a ver señor periodista, dónde dice que he negociado…”
Todos aplaudieron al General Melgarevo y gritaron mueras a la prensa.
“Melgarevo ha conversado nomás… como conversa con todo el mundo… qué de malo hay pues en eso!”
Todos aplaudieron.
“Ustedes no le hacen daño al General Melgarevo con sus mentiras, señor periodista, le hacen daño a la Patria, al Pueblo, a los Movimientos Sociales” –le reprochó, mirándolo desde lo alto de su nariz- “Melgarevo aguanta, señor periodista, pero la Patria queda ofendida… cómo pues le van a hacer esto al proceso de cambio!”
Todos aplaudieron a rabiar. Qué macho que es el General, decían, cómo se enfrenta a los medios, tan poderosos y apoyados por la oligarquía y el Imperio.
Y el pobre “los medios”, tímido ante cámaras, micrófonos y grabadoras, sólo frente al General Melgarevo y sus treinta guardaespaldas (incluido su apreciado arquero, el manco Zapata), sólo frente a los ministros, viceministros, el alto mando y la guardia social, recogió las dos cartas que le entregaba el General como prueba de descargo, con sello de recepción del Viceministerio de Coordinación con los Camiones Sociales. No dijo nada y se fue. Le parecieron eternos los ocho pasos que lo separaban de sus colegas porque escuchaba los abucheos del generoso público, que se transformaron en vítores al General Melgarevo, que levantaba las manos para celebrar un nuevo triunfo de coraje frente a “los medios”.
El periodista no encontró refugio en sus colegas, que le abrieron paso como a un apestoso para que se fuera a la plaza. Mañana protestarían. De lejos protestarían.
Melgarevo llevó su coraje más allá, pues decidió instaurar juicio a “Los Medios”.
Estaba envalentonado cuando lo hizo, porque sus diputados lograron transformar la acusación de contrabando contra su Ministro, en una acusación por incumplimiento de deberes en contra del aduanero que los descubrió… y que en ese momento no pudo hacer nada para evitar el contrabando, porque no se le ocurrió nada menos que llamar a Palacio.
Al General Melgarevo le encantaban los juicios. Ordenaba juicios contra todos los que se le oponían, porque sus aliados salían a las calles y presionaban por igual a jueces y abogados. A los fiscales no, a ellos los respetaba, por lo menos mientras le hicieran caso. Así que por ahí se fue el General, a meterle juicio a Los Medios con toda la valentía de la que era capaz…
Incluso en su momento, con toda valentía, se quejó amargamente por los ataques que recibía ante una alta comisión enviada por la Sociedad Interamericana de Prensa. Era conmovedor ver al General mientras sus fieles servidores mostraban imágenes de portadas con críticas a su política, con frases hirientes a su alta investidura. “No ve? No ve?” gesticulaba el General casi entre sollozos, víctima de la crueldad de los empresarios que, insistía, no le perdonaban su origen humilde.
De pronto se iluminó el rostro de Melgarevo… había encontrado la frase perfecta, la metáfora precisa para explicar por qué desde hace 9 años que no da conferencias de prensa en serio, de esas en las que los periodistas pueden preguntar sobre cualquier tema y hacer repreguntas si es necesario, y por qué, cuando se reúne con los periodistas, lo hace siempre en un corredor, en las gradas, en la puerta de Palacio, obligándolos a treparse unos sobre otros para registrar sus bromas e ironías… Había encontrado la justificación clara y se la dijo a los capos de la SIP, reiterando su acusación a los empresarios y su respeto indoblegable por los compañeros periodistas:
- “Es que cuando ellos aparecen… granja de pollos parecen… todos piando al mismo tiempo. Y así no se puede pues” –dijo, sonriendo la sorna en sus ojitos hundidos bajo el peso del cerquillo.